Solo dentro de la dignidad de los laicos, mencionada en el capitulo anterior, se puede definir su vocación y su misión en la Iglesia y en el mundo. La vocación santidad mencionada en el apartado anterior esta ligada íntimamente a la misión y a la responsabilidad confiada a los fieles laicos.
La santidad es un presupuesto fundamental y una condición insustituible para realizar la misión salvífica de la Iglesia; por que solo el que permanece en el Señor dará mucho fruto, por que sin el no podéis hacer nada.
La misión de los fieles laicos es la misión de la Iglesia; es decir <<Salus Animarum >> la salvación de las almas, la unidad del todo el genero humano y la unión de los hombres como pueblo de Dios con su Señor. La misión de la Iglesia deriva de su propia naturaleza, tal como Cristo ha querido: la de ser <<signo e instrumento de unidad de todo el genero humano>>.
La misión de los fieles laicos es la misión de la Iglesia; es decir <<Salus Animarum >> la salvación de las almas, la unidad del todo el genero humano y la unión de los hombres como pueblo de Dios con su Señor. La misión de la Iglesia deriva de su propia naturaleza, tal como Cristo ha querido: la de ser <<signo e instrumento de unidad de todo el genero humano>>.
La misión tiene como finalidad dar a conocer a todos y llevarles a vivir la nueva comunión que en el Hijo de Dios hecho hombre ha entrado en la historia del mundo. En el contexto de la misión de la Iglesia el Señor confía a los fieles laicos, en comunión con todos los demás miembros del pueblo de Dios una gran parte de responsabilidad.
Dar fruto es una exigencia esencial de la vida cristiana y eclesial. El que no da fruto no permanece en la comunión. La comunión con Jesús, de la cual deriva la comunión con los cristianos entre si, es condición absolutamente indispensable para dar fruto. La comunión genera comunión y se configura como comunión misionera. La comunión y la misión están profundamente unidas, pues la comunión representa a la vez la fuente y fruto de la misión.
Llamados a evangelizar. Los laicos por ser miembros de la Iglesia, tienen la misión y la vocación de ser anunciadores del Evangelio, son habilitados y comprometidos con los sacramentos de la iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo.
Es en la Iglesia donde se concentra y se despliega la entera misión de la Iglesia a cuyo caminar esta invitado el fiel laico, a ir por todo el mundo a predicar la Buena Nueva. Por la evangelización la Iglesia es construida y plasmada como comunidad de fe; y solo una nueva evangelización puede asegurar el crecimiento de una fe límpida y profunda. Es a los fieles laicos a quienes le corresponde testificar como la fe cristiana constituye única respuesta plenamente valida a los problemas y a las expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad.
Una tarea especial de los fieles laicos es superar la ruptura entre el Evangelio y la vida, y para esto hay que llevar a la realidad las palabras del siervo de Dios Juan Pablo II “¡no tengáis miedo! ¡Abrid, abrid de par en par las puestas a Cristo!”.
Los fieles tienen su parte que cumplir en la formación de esas comunidades eclesiales, con un gran empuje y con la acción misionera en quienes todavía no creen o ya no viven en la fe recibida en el Bautismo. Y una de esas maneras es una sistemática catequesis; la acción de los fieles se revela hoy cada vez más necesaria y valiosa. Pues la Iglesia tiene que dar hoy un gran paso debe entrar en una nueva etapa de la histórica de su dinamismo misionero.
Los fieles laicos están llamados a vivir el Evangelio sirviendo a la persona y a la sociedad. La Iglesia se constituye en comunidad evangelizada y evangelizadora y, precisamente por esto, se hace sierva de los hombres. Y allí encuentran su raíz los laicos de su participación en la misión de servir a las personas y a la sociedad. Por eso el hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión, él es la primera vía fundamental de la Iglesia.
Redescubrir y hacer descubrir la dignidad inviolable de cada persona humana es una tarea urgente, esencial, actual, central y unificante que la iglesia y en ella los fieles laicos están llamados a prestar a la familia humana.
Esta dignidad personal de todo ser humano exige el respeto y la promoción de los derechos de la persona humana. Se trata de unos derechos naturales, universales e inviolables. La inviolabilidad de la persona es reflejo de la misma inviolabilidad de Dios; la misión y la responsabilidad de reconocer la dignidad personal de todo ser humano y de defender el derecho a la vida es tareas de todos, aunque algunos laicos sean llamados a ello por un motivo particular.se trata de los padres, los educadores, etc.
El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos. Lugar primero de humanización de la persona y la sociedad. Deben de convencer a la familia de su dignidad de primer núcleo social de base y de su original papel en la sociedad.
Dentro de la misión del laico también esta su participación en la vida política, pues su vida cristiana y su caminar por los senderos de la caridad, no puede estar separada de la justicia; se debe preocupar por implantar un bien común, pues es allí donde encuentra la política su criterio básico, como bien de todos los hombres y de todo el hombre. Y unos de los fruto de la actividad política ha de es la paz, los fieles laicos no pueden permanecer indiferentes ante todo lo que es negación o puesta en peligro de la paz.
En conclusión, la misión de los laicos está en estrecha relación con su naturaleza, en definitiva es implantar el Reino de Dios en la tierra, es llevar a los hombres a Dios, es buscar la salvación de las almas en todos los ámbitos y momentos de su vida como cristiano, como el estado en el que se encuentre; dando un testimonio de Jesús y anunciando al mismo tiempo su vida su palabra y sus obras. Dibujando en su vida el rostro amoroso de Cristo.
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