domingo, 4 de marzo de 2012

“LA DEUDA QUE TODO HOMBRE PAGA” LA MUERTE


La muerte es un acontecimiento que ha estado, que está y que estará presente en la vida del hombre. Es una realidad que todos conocen, pero que no quieren conocerla; de modo especial en el siglo pasado y en el presente, en una sociedad donde lo principal es el bienestar, el dominio científico, la diversión, etc. La muerte aunque no ha dejado de hacerse presente ha dejado de ocupar un lugar en la mente de una gran mayoría de los hombres. Es la esquizofrenia de la sociedad todos lo saben pero quieren no saberlo. Pero si hacemos una mirada retrospectiva podemos ver el lugar que ocupaba la muerte en la vida de los hombres, entre ellos tenemos a: Ignacio de Loyola quien le dice a Javier que no hay mejor almohada que meditar por las noches sobre la muerte; por otro lado Francisco de Asís le llama hermana muerte. Pero, ¿quiénes eran estos hombres? Para entender su comportamiento ante aquella realidad que desconcierta a muchos hombres, huy que tener en cuenta que eran hombres conscientes de su finitud, hombres que creían que tras la muerte había algo mejor, hombres que daban lo mejor de sí y que por ello les era más fácil desprenderse de la propia vida porque se amaban menos a sí mismo y amaban más a los demás. Mientras que para aquel que vive encerrado en sí mismo y solo ama lo de este mundo, es decir las c osas precarias, perecederas la muerte le resultara una verdadera tragedia. Para el cristiano esto no es así, la muerte no es algo de lo que no te puedes librar, sino alguien que viene para llevarte a lugar para el que has sido creado, a Aquel que te ha llamado para vivir eternamente. Para el cristianismo la muerte no es el fin, sino el comienzo de su vocación. Pues hemos sido llamados a vivir eternamente con Dios.
La muerte es ante todo una de las consecuencias del pecado de nuestros primeros padres, y desde este punto de vista tiene un sentido negativo, es decir la muerte es una deuda que hay que pagar por haber desobedecido al mandato de Dios, tendría sentido del culpabilidad, pues fue el hombre el que renunció al amor de Dios y no Dios al hombre. En el antiguo testamento la muerte era un verdadero drama, pues con ella terminaba todo, los cielos estaban cerrados y aunque había una promesa, aquello no se había cumplido, la fe de los hombres era muy débil, el corazón del hombre estaba dominado por la malicia, la inteligencia se les había oscurecido ante tanta infidelidad y era difícil concebir la muerte como el cristianismo la concebirá posteriormente.
Es la encarnación del Hijo de Dios y con ello todo el misterio de Cristo lo que va a dar un nuevo sentido a la muerte, y a la vida del hombre; así afirma GAUDIUM ET SPES 22: “Es Cristo quien revela el hombre al hombre y le revela la grandeza de su vocación… ” es decir es Cristo quien le da a conocer al hombre su verdadero destino. Y Cristo con su muerte y resurrección muestra al hombre cual es el camino para vencer la muerte y el pecado del cual procede la misma muerte.
Ese camino no es otro que la Cruz. San Josemaría decía: Hay un camino para ir al cielo y ese camino es Cristo y Cristo está en la cruz. Ese es nuestro camino la cruz, la muerte, el sufrimiento; muerte que no es muerte, sino máxima manifestación del amor. Y la llamada de Dios a que vivamos eternamente es una llamada de amor y nuestra respuesta debe ser una respuesta de amor manifestada en la cruz.
Desde este punto de vista la muerte no es más que entrega diaria, generosa y sincera de sí mismo a Dios por medio de sus hijos, nuestros hermanos, para alcanzar el encuentro con el AMADO.
En conclusión solo se es feliz si se es desprendido, entregado y la muerte es el mayor desprendimiento de sí mismo, realidad ante la cual nos sentimos impotentes y lo único que nos queda es ponernos en las manos de Dios. Así la muerte no será una tragedia, sino el encuentro del amante con el AMADO.

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