jueves, 12 de abril de 2012

Caminando con la Providencia





Que la paz y la alegría de nuestro Señor Jesucristo que nos ha llamado a  ser partícipes del único y eterno sacerdocio, sean signo de nuestra entrega generosa.
Para empezar, doy gracias a la Beatísima y generosísima Providencia por  el trigésimo quinto aniversario de fundación del seminario mayor de Guayaquil “Francisco Xavier de Garaycoa”, por todas las gracias que ha derramado sobre él, por la incondicional entrega de cada uno de los formadores, por la generosidad de cada uno de los ex-alumnos que han recibido las Sagradas Ordenes, y por el llamado que hace a tantos jóvenes, sin que ellos tengan merito alguno y por todas las personas que contribuyen a la formación de los futuros sacerdotes.
Queridos hermanos, la Beatísima Providencia que nos acompaña  en el caminar de nuestra vocación, ha guiado mis pasos de tal manera que tenga que realizar una parte de mi formación en un seminario diferente y en un país diferente. Sin embargo  pertenezco a la familia del seminario mayor  de Guayaquil y no puedo olvidar que los primeros pasos de mi vocación  los he dado junto a cada uno de ustedes, que ha sido gracias a la convivencia  de cada día como he ido aprendiendo lo que es la vida de fraternidad y que ha sido con la ayuda y el ejemplo de cada uno de los formadores como he perseverado en la entrega y fidelidad de mi vocación.
San Juan Crisóstomo decía: “medido, pesado  por la amorosa mano de Dios que todo lo hace para nuestro bien” y no me cabe duda que es así. Pues fue junto a los encargos que recibí, al trabajo pastoral que realicé y a las dificultades  que tuve que superar (las cuales forman parte de la vida), aprendí que caminar cada día de la mano de Dios es imprescindible para responder al gran don de la vocación, que la identificación con Cristo, fin de nuestra llamada, no puede pasar a formar parte de nuestro vocabulario como una palabra más, sino que debe interpelar nuestra inteligencia, mover nuestra voluntad y elevar nuestro corazón hacia su corazón, que es donde están todos los tesoros de nuestra vida.
 Nuestra llamada es una llamada a ser santos y nuestra felicidad depende de ello, de buscar santificarnos cada día. Considero que hay tres ideas que deben acompañar nuestro camino de santificación. Primero, estar cerca de Dios y orar sin cesar; hay que pasar muchas horas frente a Jesús Sacramentado hasta que nuestro rostro resplandezca como el rostro de Moisés después de haber hablado cara a cara con Dios, que cada vez que le recibamos seamos conscientes de que es un beso de Jesús a nuestra alma, un derroche de su gracia que nos santifica. Segundo, estudiar y formarnos lo mejor posible; siendo conscientes  que es un medio indispensable para el ejercicio de  nuestra vocación y para nuestra propia santificación. Tercero, amar a todos y de modo especial a los que están más cerca de nosotros, pues solo el amor que es entregado, sincero, desinteresado es digno de fe y el mayor testimonio de amor es nuestro Señor Jesucristo.
Concluyo con las palabras del santo fundador de la universidad en la cual estudio: “Omnes cum Petro ad Iesum per Maríam” es  decir: todos con Pedro a Jesús por María Que la paz y la alegría de nuestro Señor Jesucristo que nos ha llamado nos ayuden a vivir fielmente.

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