Que la paz y la alegría de
nuestro Señor Jesucristo que nos ha llamado a
ser partícipes del único y eterno sacerdocio, sean signo de nuestra
entrega generosa.
Para empezar, doy gracias
a la Beatísima y generosísima Providencia por
el trigésimo quinto aniversario de fundación del seminario mayor de
Guayaquil “Francisco Xavier de Garaycoa”, por todas las gracias que ha
derramado sobre él, por la incondicional entrega de cada uno de los formadores,
por la generosidad de cada uno de los ex-alumnos que han recibido las Sagradas
Ordenes, y por el llamado que hace a tantos jóvenes, sin que ellos tengan
merito alguno y por todas las personas que contribuyen a la formación de los
futuros sacerdotes.
Queridos hermanos, la
Beatísima Providencia que nos acompaña
en el caminar de nuestra vocación, ha guiado mis pasos de tal manera que
tenga que realizar una parte de mi formación en un seminario diferente y en un
país diferente. Sin embargo pertenezco a
la familia del seminario mayor de
Guayaquil y no puedo olvidar que los primeros pasos de mi vocación los he dado junto a cada uno de ustedes, que
ha sido gracias a la convivencia de cada
día como he ido aprendiendo lo que es la vida de fraternidad y que ha sido con
la ayuda y el ejemplo de cada uno de los formadores como he perseverado en la
entrega y fidelidad de mi vocación.
San Juan Crisóstomo decía:
“medido, pesado por la amorosa mano de
Dios que todo lo hace para nuestro bien” y no me cabe duda que es así. Pues fue
junto a los encargos que recibí, al trabajo pastoral que realicé y a las
dificultades que tuve que superar (las
cuales forman parte de la vida), aprendí que caminar cada día de la mano de
Dios es imprescindible para responder al gran don de la vocación, que la
identificación con Cristo, fin de nuestra llamada, no puede pasar a formar
parte de nuestro vocabulario como una palabra más, sino que debe interpelar
nuestra inteligencia, mover nuestra voluntad y elevar nuestro corazón hacia su
corazón, que es donde están todos los tesoros de nuestra vida.
Nuestra llamada es una llamada a ser santos y
nuestra felicidad depende de ello, de buscar santificarnos cada día. Considero
que hay tres ideas que deben acompañar nuestro camino de santificación.
Primero, estar cerca de Dios y orar sin
cesar; hay que pasar muchas horas frente a Jesús Sacramentado hasta que
nuestro rostro resplandezca como el rostro de Moisés después de haber hablado
cara a cara con Dios, que cada vez que le recibamos seamos conscientes de que
es un beso de Jesús a nuestra alma, un derroche de su gracia que nos santifica.
Segundo, estudiar y formarnos lo mejor
posible; siendo conscientes que es
un medio indispensable para el ejercicio de
nuestra vocación y para nuestra propia santificación. Tercero, amar a todos y de modo especial a los que
están más cerca de nosotros, pues solo el amor que es entregado, sincero,
desinteresado es digno de fe y el mayor testimonio de amor es nuestro Señor
Jesucristo.
Concluyo con las palabras
del santo fundador de la universidad en la cual estudio: “Omnes cum Petro ad
Iesum per Maríam” es decir: todos con
Pedro a Jesús por María Que la paz y la alegría de nuestro Señor Jesucristo que
nos ha llamado nos ayuden a vivir fielmente.
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